AKÁ - Undocumental a dos miradas

de Ana Elizabeth González Mote

30 may 2023

Existe una relación casi inconsciente entre la muerte y las imágenes. Creamos a éstas últimas desde la necesidad imperiosa de la conservación, de dejar huella y de construirla; es entonces cuando materializamos la luz, permitimos que la corporalidad haga relato, genere encuentro y sucedan las imágenes,  aun sabiendo que en algún momento nuestra existencia dejará de ser.

La noción de huella se asocia también con los pasos. Adolfo Fierro, jóven ralámuli que creció en Sojahuachi y que se convirtiera en el primer videoasta de su comunidad, cuenta que la palabra aká, desde su lengua materna, se refiere a los huaraches de tres agujeros que caracterizan al pueblo originario al que pertenece. Dicha palabra evoca por tanto, la presencia de los pasos de quienes habitan la serranía en la Tarahumara y transitan sus veredas. Aká se erige como título del documental realizado por Adolfo en 2020, en codirección con Juan González, cineasta originario de Cuauhtémoc, Chihuahua. Fue la palabra elegida por tener una sonoridad de escucha concreta y de pronunciación accesible a toda persona, pero también por la trascendencia que tiene el acto de caminar.

El documental es uno de los cuatro cortometrajes que integran la programación 2022 de Coordenadas Chihuahua, una sección de Ambulante, Gira de Documentales, que sitúa experiencias regionales del estado. En esta ocasión, Ambulante surge como punto de partida para la presencia física, después de 2 años de haberse realizado como Gira Digital, priorizando así la potencia política de los encuentros y del hacer lugar desde las corporalidades. El eje transversal de este año es Resonancias, poniendo al centro la escucha y el sonido, como factores que posibilitan la experiencia inmersiva del público y la construcción emocional del universo cinematográfico.

Desde esta perspectiva, Aká ofrece una construcción sonora que nos remite a la escucha de un lugar que forma parte de uno de los cuatro pueblos originarios, habitantes históricos de lo que hoy es el estado de Chihuahua; su resonancia abre el diálogo con lo diferente o lo que pareciera distante, así como con la preocupación por el desplazamiento de los conocimientos y la pérdida de una cultura. Sin embargo, la resonancia también permite traer a la contradicción de un joven ralámuli que se asume distinto  al resto de su pueblo y que necesita registrar, sabiendo que todo aquello desaparecerá en algún momento. La palabra también es algo central de su propuesta sonora, pues aparece como un espacio activo de enunciación de la identidad. De ahí que sea relevante esta historia para diversificar al cine documental, desde quienes cuentan, como lo hacen y las formas en que suceden las relaciones en la producción. 

De este modo, la codirección genera la ruptura de algunos esquemas jerárquicos en la autoridad cineasta-nativo, haciendo posible la convergencia de dos miradas que buscan y se complementan. Aká, se revela como un encuentro, a partir de la escucha en la necesidad de contar dos historias y desde el sonido con la creación de una narrativa que hila dos formas de sensibilidad. La de Juan va más allá de lo etnográfico para situarse en la búsqueda de una relación cotidiana que le atraviesa, la convivencia que mantienen los pueblos ralámulis con las personas de Cuauhtémoc, la ciudad más cercana a la región de la Sierra Tarahumara donde se genera un circuito de migración temporal para la pizca de la manzana. La cámara de Juan se sitúa en el encuentro con Adolfo mismo en Chihuahua y con su familia en Sojahuachi, sucede entonces un acercamiento honesto y cuidadoso para hacer posible una narrativa a dos voces, que pasa por el montaje  y también por la presencia en los lugares donde se ha distribuido el documental.

La mirada de Adolfo se enuncia constantemente desde una búsqueda personal con Sojahuachi, su pueblo y su identidad, la cual se reafirma constantemente, en su acto de observar la cotidianeidad a través de una videocámara VHS, que en el documental aparece de formas puntuales para compartir una percepción sobre su territorio, las formas de organización y convivencia, sus fiestas, los vínculos con su familia y una forma particular de encontrar conexiones con sus ancestros, de contemplar la vida, de observarla a veces desde una distancia  de muy afuera y otras, desde muy adentro. Así como el registro de su palabra que reflexiona sobre la importancia de la cosecha para asegurar la alimentación, preguntando sobre las semillas que se siembran y las que se dejaron de sembrar, vinculándose con los haceres cotidianos, problematizando la situación de la pérdida de conocimientos, enfatizando la importancia y el valor que hay en la sabiduría de su pueblo y en lo que él conoce de éste para compartirlo al mundo.

Las imágenes de Juan se cruzan de forma intermitente con las de Adolfo logrando una narrativa que permite regresarle un aspecto de presencia, como aquella persona que tiene una visión diferente de su propio pueblo, que se recrea constantemente desde un cotidiano que vive también en Chihuahua, la ciudad a la que migró desde ya hace algunos años y que le ha permitido abrir su mente al mundo al tiempo que a su propio pueblo, en una visión que podríamos decir, involucra tres dimensiones: tiempos del pasado (sus anclajes materiales y mensajes de antepasados-la tierra que le permite sembrar), tiempos del presente (el registro-semilla que avisora futuros y despierta la posibilidad de contar para otros pueblos) y tiempos del futuro (registro que florecerá en memoria- cuando ya no se esté).

Así, el documental coloca preguntas por la identidad, surgiendo apenas como un camino para que otros y otras construyan memoria en sus propios lugares. Si bien existe una reiterada lectura de que el presente que se registra en algún momento desaparecerá, se abre en ese hacer la posibilidad de registrar para el futuro, que probablemente sin intencionarlo, se convierte también en una estrategia de agenciamiento de las tecnologías, para construir visualidades que dan continuidad al movimiento y a la enunciación de un pueblo.

Por ultimo, Aká nos comparte la importancia de la colaboración, como una forma de hacer cine documental contemporáneo, problematizando las relaciones de poder que históricamente atraviesan aspectos como el acceso y uso de las tecnologías de la representación. Propone la diversidad de necesidades para el registro documental y pone la discusión ética de las decisiones en los cómo y qué narrar, para aproximarnos a algo que podríamos denominar un documental honesto.

Ana Elizabeth González Mote realizó su formación profesional en Antropología Social por la BUAP y Antropología Visual por la FLACSO sede Ecuador. Sus temas de investigación han estado atravesados por metodologías colaborativas y de carácter participativo en los cruces entre arte y Antropología, realizó la tesis de maestría titulada Enunciar la frontera como lugar: Procesos creativos y estéticas del arte fronterizo en Ciudad Juárez, México. Ha trabajado desde la cocreación en cine documental y realiza procesos participativos y de trabajo emocional, desde la fotografía. Así mismo ha impartido clases relacionadas con la antropología visual en la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México extensión Creel. Actualmente hace parte del colectivo Aliens Anyways, que trabaja desde la frontera norte de México, el Colectivo Mazorca de Colores, en la región de la Sierra Norte de Puebla.